“Todos tienen dos ciudades: la suya propia y Jerusalén”. La frase es de Teddy Kollek, político israelí y alcalde de Jerusalén entre 1965 y 1993.
Una voz autorizada y con conocimiento de la complejidad que supone gestionar una ciudad tres veces santa para las tres principales religiones monoteístas y levantada en un cruce de caminos entre oriente y occidente.
La frase resume de forma simplista lo que todavía es Jerusalén: no es de nadie, pero todos la desean y ninguno la va a abandonar, aunque no sea la única.
No sabía exactamente qué me encontraría tras cruzar alguna de las ocho puertas de la muralla que acotan el fervor, la resistencia y la disputa de la Ciudad Vieja, hogar de tres vecinos de escalera mal avenidos desde hace siglos, incluso entre miembros su propia familia. Sin embargo, ha sido uno de los viajes más interesantes que he hecho.
Guardo tres imágenes de esa escalera “ingobernable”:
La primera, la llamada a la oración en uno de los miradores más bonitos de Jerusalén en pleno barrio judío hasídico. El imán llama al rezo principal, pero quién aparece por ahí es una figura vestida de negro: un judío ultraortodoxo con sus dos hijos cruza el barrio en dirección opuesta al minarete hacia al Muro de las Lamentaciones.
La segunda: una imagen de resistencia. La de los judíos rezando el viernes noche frente al Muro. La que fue la muralla del antiguo Templo de David, derruido por los romanos en su práctica totalidad excepto el trozo actual. Apenas tiene unos pocos metros pero son suficientes.
El día de antes habíamos entrado hasta tocarlo mezclándonos con los creyentes, lo que nos dio la oportunidad de ver al aire libre algunos de los ritos que suelen reservarse para la discreción de las sinagogas.
Ahora, en el inicio del shabat, se requiere mayor respeto, no se puede entrar si no es para rezar y el fervor es mayor. Por poco que les quede, ahí estarán.
La comunidad hasídica es muy conservadora y no siente un gran afecto hacia el estado de Israel. De hecho, es como una relación de pareja igual de compleja que los demás acuerdos de la ciudad.
La última escena: una fotografía de disputa y desacuerdo entre familias. La de la escalera, esta vez real y de madera, que desde hace 300 años permanece inamovible en la fachada principal de la Basílica del Santo Sepulcro, levantada sobre el Monte del Martirio donde Jesús fue sacrificado.
Cualquier decisión que afecte al recinto debe ser tomada por consenso entre las seis comunidades religiosas que gestionan uno de los lugares más sagrados del cristianismo.
Pero católicos romanos, ortodoxos griegos, ortodoxos armenios, ortodoxos sirios, coptos y etíopes tiene sus rencillas y no siempre hay forma de aprobar decisiones aparentemente tan sencillas como la de mover una simple escalera.
Qué ver en la Ciudad Vieja de Jerusalén: callejeo entre barrios
Jerusalén tiene centenares de contrastes. La mejor manera de descubrirlos poco a poco es callejear sin prejuicios por los cuatros barrios que conforman la Ciudad Vieja: el musulmán, el armenio, el cristiano y el judío.
En el musulmán, el bullicio del zoco lo domina todo, pero también es lugar de paso del Vía Crucis cristiano y de cientos de judíos hasídicos que acceden a interior de la ciudad amurallada por la Puerta de Damasco en su camino hacia el Muro.
En las callejuelas de los alrededores del Santo Sepulcro, en el barrio cristiano, se encuentran la mayoría de las tiendas de recuerdos de la ciudad.
Parece que los cristianos son los únicos que convierten sus imágenes en imanes de nevera, tazas y camisetas. Las callejuelas se convierten en pequeñas trampas para turistas.
Algunos creyentes asiáticos llegan hasta la puerta de la Basílica del Santo Sepulcro portando una ligera cruz sobre la espalda que dejan a las puertas del recinto.
Luego caen en éxtasis sobre el aceite de la Piedra de la Unción para frotar en él crucifijos, estampitas y hasta toallas.
Dentro de la Basílica se encuentran las últimas cuatro estaciones del Vía Crucis y el sepulcro de Jesús, aunque lo más curioso del recinto es que cada comunidad cristiana tiene sus horarios pactados de misa. Juntos, pero no revueltos ni para rezar.
El barrio armenio es el menor de todos y está situado al suroeste. Apenas son unas casas y cuatro calles alrededor de la Catedral de Santiago, pero las togas negras y las barbas de los representantes de esta comunidad religiosa son fáciles de ver paseando por la ciudad.
Lo más cultural que podréis hacer en este pequeño barrio es comer en alguno de los restaurantes armenios que encontraréis. Sirven contundentes platos de guisados de montaña. Jerusalén también se puede entender como una oportunidad para disfrutar de un pequeño viaje culinario.
A parte de estas zonas, en todas ellas podréis encontrar “buhardillas” a microcomunidades de esta curiosa escalera de vecinos. Simplemente hay que animarse a explorar las terrazas y las escaleras que se elevan sobre las callejuelas de la Ciudad Vieja.
Así es como descubrimos el rooftop del barrio judío o con espacios tan singulares como el de los coptos egipcios en los alrededores de la Basílica del Santo Sepulcro.
Monte de los Olivos, Monte de Sion y Monte del Templo
Os comparaba al inicio del artículo la Ciudad Vieja con un bloque de vecinos. Bien, pues a veces hay que salir del edificio para tener mejor perspectiva.
Desde lo alto del Monte de los Olivos, una de las mejores vistas de la ciudad, se dimensiona mejor el problema: apenas son cuatro calles en las que sucede todo.
Todo es compartido y no es de nadie, incluso en el Monte de los Olivos. En la parte baja del monte podéis visitar Getsemaní, el jardín donde Jesús oró la última noche antes de ser arrestado.
Más arriba, se extiende a lo largo de la ladera uno de los cementerios judíos más grandes. El Libro de Zacarías identifica este punto como el lugar desde el que Dios comenzará a redimir a los muertos al final de los tiempos.
Por este motivo, y desde tiempo bíblicos, el monte se ha usado como cementerio para los judíos de Jerusalén.
Los árabes son enterrados en el exterior del Monte del Templo, frente a las murallas de la Explanada de las mezquitas en un cementerio mucho más descuidado.
Por él cruzan los tours de camino al Monte de los Olivos. Yo misma lo hago, algo sorprendida por la dejadez del lugar en comparación con la organización y cuidado de otras zonas religiosas.
En el interior de la explanada de las Mezquitas, en el Monte del Templo, los musulmanes honran el tercer lugar más sagrado de su religión: la Cúpula de la Roca.
Desde allí, Mahoma ascendió a los cielos y los no-musulmanes podemos acceder al recinto, aunque no al interior de la Cúpula.
¿Adivináis qué? En esa misma roca, Abraham intentó matar a su hijo, por lo que también es un lugar especial para judíos y cristianos.
En otro monte simbólico, el de Sión, podemos decir que la estancia de la Última cena y la de la tumba del Rey David casi comparten pared con pared.
Si eres hombre, puedes acceder a ésta última para escuchar el canto oratorio de los judíos, mientras que si eres mujer deberás acceder por otro acceso separado. Ellas no suelen cantar ni hablar durante el rezo.
Cerca de allí está enterrado Oskar Schindler y desde la Basílica cristiana del Gallicantu se obtienen buenas vistas de la ladera de piedra y reposo que realmente es Monte de los Olivos.
A lo lejos, se adivina la silueta del muro que separa Israel de Cisjordania. Es como un fantasma de la comunidad que no había aparecido hasta ahora.
Jerusalén, ciudad eterna
Lo que me llevo de vuelta es la sensación de que el acuerdo nunca será fácil
Jerusalén siempre será una escalera inamovible fascinante que nadie dará por perdida. Quizás por ello, ha resistido cualquier embiste.
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