“Durante mi viaje por el mundo descubrí mi capacidad de auto-superación”
Pablo se marchó de Madrid a Australia con la intención de aprender inglés… y acabó navegando por el Mekong en Laos, intentándose hacerse entender en la China más rural, durmiendo frente a locales de blues en el Mississippi y buscando auroras boreales en el norte de Suecia. Toda una aventura para contarla.
Te conocí cuando te bajaste de la moto de un vietnamita en un cruce de Hanói. Nos contaste una rocambolesca historia sobre cómo habías hecho el viaje de ida y vuelta hasta la Bahía de Halong. Motos, autobuses, barcos de pescadores…
– Así fue mi viaje por el sudeste asiático. Improvisaba para llegar a mi destino con el menor coste posible. Y de repente, sin tener nada muy planeado, llegaba a una ciudad, me encontraba con tres chicas majísimas (como fue vuestro caso) y ya tenía con quién hablar durante los dos próximos días.
Pero tu viaje no había empezado en Vietnam, sino en Australia
– Cuando salí de Madrid mi planteamiento inicial no era viajar por el mundo. Quería irme a Australia a aprender inglés, eso era lo que me apetecía. Estuve un año entero viviendo en Australia con visado de turista (Nota: hasta hace unos meses el gobierno australiano no concedía visado de trabajo a los españoles), lo que me obligó a trabajar de forma ilegal. Y fue muy duro. Tengo sensaciones encontradas cuando recuerdo mis días en Australia. Tenía los peores trabajos y en las peores condiciones, además del riesgo de quedarme sin dinero y de no poder volver a España. Estuve trabajando en un kebab, un antro situado en la zona de marcha de Sydney donde frecuentemente había peleas. Sólo aguantaba para poder ahorrar el dinero suficiente para hacer lo que quería hacer a continuación: ir desde Sydney -en el hemisferio sur- hasta Pekín -en el norte- y desde allí volar a Canadá, país para el que había conseguido un visado de trabajo.
Tu reto consistía en viajar el máximo de tiempo por tierra. ¿Cómo lo hiciste?
– Subí durante un mes la costa este de Australia, la más poblada del país. Ahí empezó mi viaje. Estuve parando en varias ciudades y me lo pasé bien, me reconcilié con el país. Llegué a Cairns y desde allí volé rumbo a Bankgok. Sería el único vuelo que tomaría en mucho tiempo.
Y a partir de aquí, todo por tierra…
– En todo mi viaje nunca pasé más de más de 3-4 días en una ciudad. Llegué a Bankgok y bajé unos días a las islas de Koh Tao. Depués seguí hasta la frontera de Camboya porque quería entrar al país para visitar los templos de Angkor. Ese trozo fue muy complicado, me pasó de todo. Mi siguiente parada fue Phom Phen, ya en la capital de Camboya. Fue la parte más solitaria del viaje. Luego seguí el río Mekong. Así llegué hasta la frontera entre Camboya y Laos. Crucé y vi Si Phan Do, un archipiélago en el río también conocido como las “4.000 islas”, hasta que finalmente llegué a Luang Namtha, más al norte. Es un buen lugar para hacer rutas por la selva. Desde Laos entré a Vietnam, y visité Sapa, las montañas del norte del país vietnamita.
Y desde allí llegaste a Hanói
– Sí. En Hanói estuve unos días mientras tramitaba el visado de entrada a China, algo que fue complicado porque necesitaba sacar dinero en yenes y no encontraba un cajero que los diera. Pero finalmente lo conseguí y puede cruzar por el paso de Lao Cai para entrar a la provincia de Yunnan en China. Y ahí empezó otro viaje muy diferente.
¿Por qué?
– China y el sudeste asiático no tienen mucho que ver. En Yunnan nadie habla inglés, es muy difícil hacerte entender.
“Yunnan es una provincia muy importante para entender China. Es muy rural y de lo más recomendable que se puede visitar en el país”
Me equivoqué de autobús y acabé durmiendo en un pueblo que no era al que yo quería ir. Tuve suerte porque en uno de los muchos controles de pasaporte que hace la policía china, la agente sabía algo de inglés y pude reconducir mi camino hacia Yuanyang, un lugar muy rural donde pueden verse las mejores terrazas de arroz. Era un sitio con pocos turistas, excepto muchos españoles.
¡Por fin! Alguien con quien hablar en China
– Lo cierto es que vino muy bien. Mi inicio en China no había sido muy bueno y allí conocí a gente. Seguí hacia el norte y llegué a Shangri-La. No es la real, pero tiene ese nombre. Ésa es la última frontera a la que llegan los turistas extranjeros cerca del Tíbet (Nota: para entrar al Tíbet se requiere un permiso especial del gobierno chino). Me acerqué a la montaña de Kawa Karpo, que tiene 6.740m. En ese punto tenía dos opciones: seguir hacia el norte para llegar a Chengdú y salir ya de la zona rural o volver sobre mis pasos.
¿Y qué es lo que hiciste?
– Opté por lo segundo porque me había metido en la región de Tíbet sin permiso y ya vi que había mucha policía, me habían registrado varias veces.
Buf…
– Di vuelta atrás y tardé cinco días en llegar a Pachiwá, un pueblo con estación desde donde pude coger el tren que me llevaría a Chengdú. Tardó 20h y no tenía camas. Al ser extranjero, los chinos me ayudaron bastante y me dejaron sentarme un buen rato. Chengdú, Xian, los templos de Xaolín… esos fueron mis siguientes destinos antes de llegar a Pekín. Mi viaje por el sudeste asiático acabó en Shanghai. Desde allí volé a Vancouver. En total, estuve casi dos meses y medio por el sudeste asiático, un mes y medio en China.
Tu viajabas solo sin tener nada previamente reservado. ¿Tenías unas rutina de viaje?
– Al principio yo era anti-guías de viaje, pero rápidamente me dí cuenta de que realmente son útiles… La rutina era simple: llegaba a la estación de autobuses, elegía un hostal barato (no el más barato, el segundo más barato) y me acercaba andando o en taxi. Me estaba un par de días recorriendo a pie la ciudad. Y si conocía a alguien, me unía durante unos días.
¿Cómo fue viajar solo durante tanto tiempo?
– Antes del viaje yo no era una persona que me planteara viajar solo de esa manera. Estudiaba en Madrid y vivía con mis padres. No había tenido ninguna experiencia previa extremadamente salvaje en mi vida. Así que cuando de repente te ves solo, a dos días de la frontera de Laos, sin dinero y sin encontrar un cajero…pero con la tranquilidad de saber que ya te las arreglarás, que alguien te ayudará, sientes una sensación de libertad y de auto-superación increíble.
¿En algún momento te cansaste de viajar?
– Viajar por el sudeste asiático es maravilloso. Pero cuando estás durante dos meses y medio cambiando cada tres días de ciudad te das cuenta de que no vives en ningún lado. Me preguntaban donde vivía y no sabía qué contestar. Al final de mi viaje por Asia necesitaba algo parecido a un hogar. Quería encontrar a gente que me entendiera, sin necesidad de hacerme entender en otro idioma. Al llegar a Vancouver, busqué en Facebook la página “Españoles en Vancouver” y rápidamente nos juntamos cinco españoles, buscamos una casa e hicimos una comunidad. En Melbourne me había pasado cuatro meses durmiendo en hostales rodeado de gente que cambiaba cada cuatro días.
Necesitabas una rutina
– Quería continuar con mi viaje pero en otras condiciones: con un trabajo estable, mi propia habitación, con amigos y mi propio lavabo (risas). Viví en Canadá durante un año y dos meses. Al mes de llegar, ya tenía todo lo que necesitaba, así que fue muy agradable volver a la rutina.
Antes de acabar tu aventura en Madrid volviste a la carretera
– En Canadá pude ahorrar bastante. Así que antes de volver a casa quise viajar desde Chicago a Nueva Orleans, bordeando el Mississipi. Quería conocer la América profunda, los estados más pobres…
“Alquilé un coche y desde Chicago conduje durante 17 días hasta Nueva Orleans. Desde Memphis hasta Nueva Orleans seguí la ruta 61, la llamada ‘Ruta del Blues’ “
La música blues nació allí, en las granjas de algodoneros que en su día se desplazaron a esa zona tras la llegada de las maquinaria industrial. Todos los pueblos de esa ruta viven el blues. Lo normal en Estados Unidos es que a las ocho de la tarde los pueblos estén vacios y con las tiendas cerradas. Allí no. Iba conduciendo por campos de algodón y de repente llegaba a un pueblo y me encontraba abiertos numerosos locales de blues donde se reunía la gente. Era increíble.
No tiene nada que ver con viajar por el sudeste asiático
– Para nada, es un contraste brutal. Es mucho más fácil viajar por el sudeste asiático. Allí con poco dinero viajas cómodo. Hace calor, puedes dormir en la calle o en un autobús y no pasa nada. En Estados Unidos es diferente. Yo hice este viaje en diciembre, en plena ola de frío y sin apenas dinero. Dormía en el coche.
¿Y eso es peligroso?
– En el sudeste asiático no tienes sensación de inseguridad. Puedes contar todo tu dinero delante de alguien y estar seguro de que no te van a robar. En cambio, en Estados Unidos es al contrario. Tienes más miedo y sientes más violencia ante lo que te pueda pasar. Y no es una sensación falsa. Recuerdo que cuando estuve por Mississipi conocí en un bar de blues al jefe de la radio local (allí todos los pueblos tienen una y los trabajadores pueden vivir de ello). Le dije que dormía en el coche rojo aparcado frente al local. Se rió y me dijo “ten cuidado y no olvides bajar la ventanilla”.
¿A -5º grados? Estamos locos
– Me contestó que si no la bajaba se empañaría el cristal y se congelaría. Y si alguien pasaba y se percataba, era probable que rompiera el cristal, me matara y me robara. Y no era una broma. Las desigualdades en las ciudades son enormes y hay que tener cuidado.
¿Llegaste sano y salvo a Nueva Orleans?
– Lo bueno que tuvo mi viaje por Estados Unidos es que pude conectar con mayor facilidad con la gente local. Eso es algo muy difícil de conseguir en Asia. Puedes hacerlo con tiempo, pero la mayoría de las veces duermes en hostels para extranjeros. No llegas a conocer realmente a la gente. En Estados Unidos hice couchsurfing en casa de varios estadounidenses de esas zonas más pobres. Por ejemplo, en Nueva Orleans estuve en casa de dos americanos “clásicos” que tenían colgada la bandera sureña y hasta armas por la casa. Pude preguntar y poco a poco romper prejucios y conocerlos más. Según ellos, esa bandera significaba más un “fuck the Goverment”, aunque en el norte del país sí que tiene una connotación racista. También pude preguntarles acerca de las armas. Fueron muy abiertos en ese sentido. Llegué y salí vivo del país, sí.
¿Nueva Orleans sigue siendo una fiesta?
– Cuando llegas a Nueva Orleans pasas de la llanura a la bruma… Ese cambio también se refleja en la música, que se parece más al blues de Chicago. Esa ciudad es música, está en todas partes, en los bares, en las calles. Es genial.
En ese punto, y tras dos años de viaje, Madrid estaba cada vez más cerca
– Me hubiera gustado seguir hasta Sudamérica pero mi estado mental ya no estaba para volver a buscar amigos, cambiar de ciudad cada tres días. Necesitaba llegar a casa. ¡Aunque tuve más paradas! Antes de llegar a Madrid paré en Nueva York (sólo una noche) y en Estocolmo para ver a mi hermano que vivía allí. Él me regaló un viaje a Kiruna, que está situada al norte de Suecia, cerca del círculo polar, para ver las auroras boreales. Aunque no conseguimos ver ninguna, me gustó mucho. Llegué a Madrid un 23 de diciembre.
¿En qué te había cambiado todo este largo viaje?
– Durante mis casi dos años fuera de casa viajando por el mundo descubrí mi capacidad de auto-superación. Volví con mucha seguridad y mis amigos me dicen que es el cambio que más han notado. Además, también cambia tu concepto del mundo. Todo lo equilibras. Te das cuenta de que a veces te preocupas por cosas tontas, cuando hay otros lugares que los que la gente vive en peores condiciones. Tu territorio ya no es sólo tu ciudad, o tu país. Es el mundo.
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