La ciudad más grande de Myanmar y antigua capital (ahora lo es Naipyidó) es una de esas típicas urbes del sudeste asiático bulliciosas a cualquier hora. Sin embargo, a diferencia de Bangkok o Shanghái, todavía no hay grandes carteles publicitarios en las calles. Ni tan siquiera hay zonas populares entre turistas y mochileros. Todo eso todavía no ha llegado.
Una visita de unos o dos días es suficiente para ver los principales puntos de interés, aunque lo más interesante es observar cómo el cambio empieza a abrirse paso gracias a la herramienta de comunicación más valiosa del mundo: el móvil.
A continuación, puedes leer una ruta que recorre templos y pagodas, pero que también supone una mirada social de un país a las puertas del cambio.
Jardines de Mahabanoola
Una joven pareja de enamorados se hace un selfie en un jardín no demasiado espectacular. A su lado, un grupo de chicas ayuda a otra, de pelo lacio y que viste un vestido rosa, a posar junto a unos setos rodeada de flores. Le toman varias fotos con el móvil. Cada una con una pose diferente.
A lo lejos, otro chico de apenas 13 años intenta encuadrar en la pantalla de su teléfono a dos monjas budistas que posan ante el gran Monumento de la Independencia, una gran obelisco que se alza en el centro de los Jardines.
No estamos en ningún plató de cine ni en ninguna ciudad occidental, sino en los Jardines de Mahabandoola, en pleno centro de Yangón. Y estos chicos adolescentes son el espejo del cambio al que se encamina Myanmar tras 50 años de aislamiento exterior bajo el régimen de la Junta Militar de la SPDC y que finalizó en 2016 con unas elecciones democráticas que ganó la Liga Nacional para la Democracia.
En el entorno de los jardines no se aprecia nada más allá de los smartphones que nos recuerde a la cultura occidental. Tampoco hay demasiada gente que vista tejanos o lleve el pelo teñido de colores. Pero estos adolescentes tienen en su mano el arma más poderosa del cambio. Y les fascina.
La tecnología 3G llegó al país en 2013 y a partir de entonces las SIM se popularizaron como la espuma entre la población. Hoy es habitual ver a gente rezar ante una estatua de Buda y, a continuación, verlos sacar el teléfono para hacerse un selfie. A parte de eso, el país no ha cambiado mucho más, aunque no hay duda de que está a las puertas de una gran revolución cultural.
Los jardines de Mahabandoola están rodeados de edificios gubernamentales de estilo colonial como el edificio del Ayuntamiento y el del Tribunal Supremo. Accedemos a esta zona tras superar la gran rotonda de Mahabandoola, donde en el centro se levanta la Sule Paya, un gran templo budista de 2.000 años de antigüedad y de forma octogonal. Un templo milenario en medio de una rotonda bulliciosa.
Templo de Sule Paya
En el exterior de Sule Paya hay pequeños negocios de apenas unos metros cuadrados. Podemos encontrar zapateros, mecánicos, vendedores de fundas de móviles, de estampas religiosas y hasta la única tienda de guitarras que vimos en todo el viaje a Myanmar.
Por cierto, cerca de Sule Paya se levanta la gran mezquita de Bengali Sunni Jameh. Unos días después de volver del país nos acordamos de ella cuando los rohingnya, este grupo étnico musulmán del estado de Rakáin, tuvieron que huir a Bangladesh por tensiones religiosas con el gobierno. Aparentemente en Yangón se mantenía la calma y la convivencia.
Caminamos y dejamos atrás los jardines para acercarnos al río Yangón. En esta zona la mayoría de edificios coloniales apenas se mantienen en pie. El color de las paredes se ha ido desgastando o ha desaparecido bajo una espesa vegetación que cubre las fachadas.
En el paseo de Strand se puede comer marisco en sencillas paradas situadas en el arcén de la carretera. Estos puestos apenas tienen un fuego, una mesa, sillas de plástico y un tendal. Si queréis más calidad (a mayor precio) podéis acercaros hasta el Hotel Strand, uno de los más lujosos de la ciudad.
RECOMENDACIÓN: Si buscáis un lugar para comer os recomendamos ir a Kosan, un lugar que visitó el chef Anthony Bourdain en su visita a Yangón.
Se trata de uno de los poquísimos locales en los que podemos encontrar por igual número a turistas y jóvenes de Yangón, aquí ya sí, más influenciados por la cultura exterior.
This photo of KOSAN 19th St. Snack & Bar is courtesy of TripAdvisor
En Kosan suena ska y se comen pequeñas raciones de hamburguesas a la parrilla, patatas fritas, rebozados y los mojitos apenas valen 3€.
Chinatown en Yangón
A pocas manzanas del centro la carne ya se cocina desde primera hora de la mañana en las parrillas de la comunidad china de Yangón (entre el número 24-18 de la calle Sule, antes de llegar a la rotonda). Los pinchitos de carne están preparados para caer en el aceite hirviendo y el arroz ya cocido se guarda en palanganas de plástico que se cubren con tapas de ollas. No se parará de cocinar hasta bien entrada la tarde-noche.
En Chinatown la comida callejera ocupa las aceras y parte de la carretera. También hay una gran zona a modo de mercado donde se venden coles, fruta de la pasión, carne, marisco, huevos, gallinas, pájaros y todo ello mezclado sin ningún orden concreto y con el fuerte olor del durian sobre todas las cosas. El olor de esta fruta es tan fuerte que en AirAsia está prohibido embarcarlo.
Unas monjas muy jóvenes, vestidas con su túnica rosa, salen a buscar ofrenda para almorzar. Piden limosna en las tiendas de telas de Chinatown y en los puestos de comida callejeros. Cruzan por un paso de cebra que en Chinatown no respeta nadie, pero que deja una imagen digna de la portada de Abbey Road.
Esta es una de las zonas más concurridas de la ciudad y supone una buena oportunidad para ver un auténtico mercado asiático al aire libre.
Shewagon Paya
En Shewagon Paya se pone incienso en la base de la gran estupa. También hay personas que rezan sentadas en el suelo formando pequeños grupos y los hay quiénes incluso parece que vengan aquí para pasar el día porque se han traído ollas con comida preparada.
Estamos en el principal recinto religioso del país, al norte de la ciudad. Hemos llegado hasta aquí caminando desde el centro durante algo más de media hora.
Shewagon parece estar siempre llena de gente de todas las edades que viene para honrar algunas de las reliquias de Buda que aquí se conservan: un diente, un trozo de tela, ocho cabellos e incluso una “pisada”, una formación rocosa natural con forma del pie de Buda. Se puede recorrer la zona visitando los templos que guardan estas reliquias.
Se trata de un gran recinto de forma octogonal ocupado en el centro por una enorme estupa dorada recubierta con más de 27 toneladas de láminas de oro y de 100 metros de altura. Para acabarla hizo falta que reyes y ciudadanos anónimos donaran oro a lo largo de varios siglos.
Myanmar es un país muy religioso y la visita a los templos es la mejor forma de ver y sentir esa relación tan especial. Además de la gran estupa central, en Shewagon hay casi un centenar de templos dentro del recinto.
Para entrar es necesario descalzarse (puedes dejar los zapatos en las taquillas que hay en los 4 accesos principales: norte, sur, este y oeste) y pagar la entrada (3.000 kyats). Nosotros entramos por el sur y recorrimos una larga escalinata hasta la entrada.
Si llevas tirantes o shorts no podrás entrar a menos que te cubras. Si no tienes ropa a mano te ofrecerán taparte con un longhi, la típica falda tradicional de Myanmar que llevan tanto hombres como mujeres.
En Shewagon todo gira en una dirección. En concreto, en sentido de las agujas del reloj. La circunvalación es una de las prácticas más sagradas del budismo porque ayuda a limpiar el karma negativo. Comenzamos a girar.
Una mujer coge un cuenco, lo llena del agua de una fuente que hay bajo una estatua de Buda y le baña la cabeza. Repite esta acción tantas veces como años tiene. Es el ritual de “Bañar a Buda”, una práctica para purificar las acciones negativas.
En Shewagon hay 8 Budas en cada punta de la estupa central que representan los 8 días de la semana (en Myanmar los miércoles cuentan como dos días: mañana y tarde). Cada persona debe bañar a Buda en la estatua del día de la semana en el que nació.
Uno de los lugares más curiosos del recinto es la campana del rey Tharrawaddy. En 1608 un portugués la robó para fabricar cañones, pero su barco se hundió en un río cercano. Dos siglos más tarde, otra campana de 23 toneladas fue sacada de Shwewagon para llevarla a Calcuta, hundiéndose también en el río. Los ingleses se negaron a recuperarla, cosa que sí hicieron los birmanos. Consiguieron llevarla de nuevo a Shewagon gracias al uso de cañas de bambú.
Por supuesto, aquí también hay selfies y fotos a Buda, aunque ello no eclipsa el gran ambiente religioso de Shewagon.
Chaukhtatgyi Paya: un buda gigante
En la pagoda Chaukhtatgyi también se camina en el sentido de las agujas del reloj, pero en lugar de rodear una estupa dorada se gira alrededor de una gigantesca estatua de un Buda moribundo a punto de alcanzar el nirvana.
Esta estatua de 65 metros de largo está situada en lo alto de una pagoda de 6 plantas en la que viven 600 monjes que se dedican a estudiar las escrituras sagradas. En la entrada podréis encontrar pequeños puestos astrológicos donde hombres y mujeres se dedican a leer el futuro (no es broma).
Giramos y vamos de la cabeza a los pies. Éstos son un elemento clave ya que simbolizan la parte humana. Un Dios con los pies en la tierra.
Las pisadas de Buda se empezaron a grabar en piedra en diferentes puntos de Asia. A los pies de esta estatua podemos encontrar un pequeño altar dedicado a Ma Thay, un santo que tenía el poder de detener la lluvia.
RECOMENDACIÓN: Es hora de comer y nos dirigimos en taxi hacia el restaurante japonés Ichiban-Kan. Está situado en uno de los locales comerciales de la planta baja del estadio de fútbol de la ciudad, el estadio de Aung Sa. Se trata de un estadio muy viejo y de arquitectura setentera de cemento. Es muy feo.
La comida birmana no destaca especialmente. Así que si ya estáis cansados de arroz y fideos (o queréis lo mismo, pero con mejor sabor) no dudéis en acercaros hasta este japonés. Probé una deliciosa caballa al grill (Sanma Shio) muy sabrosa y por un rato tuvimos un momento de paz y orden japonés en medio del caos birmano.
Centro comercial de Junction City
En el centro comercial de Junction City todo es nuevo: las baldosas del suelo todavía brillan y todo parece recién estrenado. Pero hay un problema: las tiendas de ropa están vacías. Podemos encontrar mochilas Eastpack, deportivas Nike, bolsos de marca y ropa de diseño en las tiendas de las tres plantas del centro comercial, pero nadie compra.
Los precios son prácticamente los mismos que podríamos encontrar en Barcelona o en muchas ciudades europeas y a la población local no le llega para semejantes lujos. Cada tienda cuenta con un buen número de dependientes jóvenes que a diario doblan ropa que nadie se prueba y que nadie compra salvo algún que otro turista despistado como nosotros.
Nos hemos refugiado en este lugar añorando la vida de las grandes urbes del mundo, pero hemos encontrado con algo más interesante: un pequeño choque entre modernidad y tradición.
Hay más ambiente en el cine del centro comercial, que parece que al mediodía está en hora punta. Familias y adolescentes hacen cola y compran palomitas para ver películas occidentales y algún que otro film asiático. También hay gente en las cafeterías.
Sin embargo, el lugar más popular es la gran cascada que hay en la entrada. ¿Por qué? Queda bien en un selfie y allí se amontonan adolescentes, pre-adolescentes y familias. Para un país que no tuvo 3G hasta 2013 ya se registran más de 45 millones de tarjetas SIM. El teléfono es el canal de acceso a las modas de los países vecinos. La revolución cultural empieza por el selfie.